Estoy convencida de que todos los seres humanos, aunque no lo sepan y no tengan un título, son filósofos. Estoy convencida de que cualquier ser humano que se pregunta cosas y que cuando se encuentra a solas consigo mismo quiere saber quién es, ha dado nacimiento a un filósofo.
¿Qué es la filosofía? A mí no me gustan las definiciones, tal vez porque he tenido que estudiar muchas, porque me he dado cuenta de que en esos casos la memoria sirve de poco, y lo que ha servido es lo que se nos va quedando en el Alma. La filosofía, más allá de los muchos conceptos que se han explicado a lo largo de la historia, más allá del balance de finalidades que se le han dado, es el Gran Arte, la Gran Ciencia. Es una actitud ante la vida. Es una actitud que requiere una Ciencia; si uno se hace preguntas, necesita respondérselas. Y es una actitud que implica un arte porque esas palabras no se pueden responder de cualquier forma.
¿Qué es actitud ante la vida? Es… ir por ella con los ojos abiertos; es no tener miedo de indagar en los grandes misterios; es no tener miedo de mirar en el Universo y preguntarse por él, por uno mismo, por el Ser humano. Y es allí donde coinciden todos los pueblos, porque, en todos los momentos, cuando el hombre se preguntó cómo se une con el Universo, ha encontrado a Dios, y lo ha reflejado de mil maneras.
Esto no significa que filosofía sea religión, pero no la excluye; puede ser conocimiento, arte, religión; puede ser muchas cosas. Es algo lo bastante general para convertirse justamente en una gran utopía.
De todas las definiciones de filosofía hay una que particularmente me agrada muchísimo y que se atribuye a Pitágoras, cuando los sabios de su época se dirigían a él con gran veneración denominándolo justamente así, como un sabio. Se cuenta que en una oportunidad respondió: “No, yo no soy un sabio. Yo soy simplemente un amante de la sabiduría”. Y de esta expresión griega surgió el philosophos, el que ama a la sabiduría porque no la posee, porque siente que aún le faltan muchas cosas, y por eso la ama, la busca y la persigue.
Claro está que llamamos a nosotros mismos filósofos nos lleva a comparamos con Pitágoras y nos queda demasiado amplio; en todo caso seriamos filo-filósofos: muchos intentos de acercamiento, mucho amor y muchos escalones para llegar a ese amor como lo llamaba Pitágoras, que es amor a la sabiduría, inmenso motor que nos hace ir hacia lo que nos falta, hacia lo que necesitamos.
Platón decía que no amamos lo que tenemos, sino lo que nos falta. Justamente el amor nos lleva hacia aquello que nos hace falta, aquello que nos completa, aquello que nos perfecciona.
Percibir que hay sabiduría y que no la poseemos es magnífico porque eso nos mueve, porque ese amor es lo que nos hace salir, nos hace romper las barreras del egoísmo, esa barrera de “lo que yo quiero”, “lo que a mí me gusta”, “lo que a mí me preocupa”, porque cuando se empieza a mirar al Universo con otros ojos se abren muchas puertas, puertas interiores, pero también muchísimas exteriores, y hay una gran posibilidad de entender a las otras personas en la medida en que uno se va entendiendo.
Hoy, tal vez, a muchos siglos de distancia de Pitágoras, de aquellos filósofos considerados utópicos, la filosofía en líneas generales, es algo bastante diferente;. Hoy filosofía es algo muy abstracto; son muchas palabras y muchos conceptos difíciles y cuando la gente se queda con esta idea de la filosofía, huye de ella. Hoy filosofía es casi Historia de la Filosofía, es un repaso a todo lo que han pensado todos los filósofos de todos los tiempos. Eso sí, acatando ciertas normas, porque en todo momento hay filósofos que son muy buenos, muy notables y hay otros que son prohibidos, malos, nefastos. Pasarán unos años y los nefastos serán los buenos, y los que se consideran buenos pasarán del otro lado: también la Historia de la Filosofía tiene modas. Hoy la filosofía no se considera algo práctico, algo útil para la vida. Esa idea de falta de aplicación, esa idea de que la filosofía es una utopía, de que no sirve para nada, ha hecho que la gente intente evitar la filosofía de la misma manera que el que no ha aprendido a vivir intenta evitar el estar a solas consigo mismo. Hay mucho vacío interior, mucha inseguridad y no debe extrañamos en absoluto que haya tanta corrupción, tanto desorden, tantas catástrofes naturales, porque cuando el ser humano no encuentra un eje dentro de sí mismo, no tiene cómo salir adelante.
Muchas personas no creen en la filosofía como tal, y no es que la desconozcan o ignoren, tan solo es que no aun no han podido encontrarla en su forma de vivir, yo me sigo diciendo: pero y las grandes preguntas las grandes inquietudes… ¿dónde se contestan? ¿Qué hacemos con aquello que nos asalta cuando uno se encuentra a solas consigo mismo: y por qué la vida, y por qué la muerte, y por qué el dolor, y por qué envejecemos, y por qué nos pasan las cosas que nos pasan? ¿Por qué hay sufrimiento, y por qué se puede pasar del sufrimiento a la alegría y de la alegría al sufrimiento, y qué es lo que nos conduce como un viento de una cosa a otra? ¿Por qué tenemos temores y por qué dudamos…? Y cuando surgen estas preguntas, o las respondemos o viviremos perpetuamente angustiados porque habremos echado una cortina delante de nuestros ojos intentando no ver lo más importante.
Cuando hay interrogantes no hay más remedio que preguntar. Cuando Sócrates decía: “Sólo sé que no sé nada”, no lo decía por conformarse con no saber nada. Es un reconocimiento de lo que no se sabe y un punto de partida: “Voy a saber más porque necesito más”. Aunque pasen los siglos, el ser humano se seguirá planteando estos interrogantes. Y basta que nos exijan una respuesta para que la filosofía se vuelva útil, práctica y necesaria. La filosofía es la Gran Educadora es la que nos enseña a vivir. Lo más difícil de todo, que es Vivir, casi nadie lo enseña.
No vamos a llegar a ser Sabios, pero por lo menos tendremos algunos temores menos, algunas dudas menos de las que teníamos antes; no vamos a mirar a la Gran Verdad, pero empezaremos a tener algunas certezas. El quién soy, qué hago aquí, para qué estoy, de dónde vengo y a dónde voy, es una forma de aprender a vivir; el arte de vivir es contestarse día a día a esas preguntas. Es entender por qué sufrimos, por qué hay dolor. Los filósofos orientales, tan viejos que a veces no sabemos ni qué fechas ponerles, decían que el dolor es vehículo de conciencia. Cuando uno es feliz y ríe, difícilmente se pregunta “¿por qué me pasa esto a mí?”
Parece ser que los humanos aprendemos cuando algo nos duele y el Arte de Vivir nos enseña que cada vez que sufrimos hay que detenerse y preguntar “¿por qué sufro, qué me está intentando enseñar la vida en este momento? ¿Qué hay detrás de este dolor? ¿Qué experiencia importante puedo extraer?”. Cuando un filósofo está aprendiendo a vivir, se le pone una prueba y si la supera, sabe que cuando llegue la siguiente podrá pasar por encima y querrá aprender algo más de la vida.
Este Arte de Vivir incluye también algo tan importante como valorar la vida y todos los seres vivos. No es posible escuchar que haya gente joven que diga-. ” Yo no he pedido venir a la vida”, como si fuera un reproche. Un reproche ¿a quién? No sé si hemos pedido venir a la vida: estamos aquí, y hay que aprender a valorarla, porque es un magnífico regalo. No se puede pasar por la vida dejando que nos arrastren; tal vez esto también constituya el Arte de Vivir. En lugar de ser un tronco de árbol a la deriva en un río, tener la capacidad de construir una barca con el tronco, unos remos, y poder dirigimos a nosotros mismos a través de la corriente.
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